Q. Curtii Rufi Historiarum Liber III

[3.4.11-14]

Alexander fauces iugi, quae Pylae appellantur, intravit. Contemplatus locorum situm non alias magis dicitur admiratus esse felicitatem suam: obrui potuisse vel saxis confitebatur, si fuissent, qui in subeuntes propellerent. Iter vix quaternos capiebat armatos: dorsum montis imminebat viae non angustae modo, sed plerumque praeruptae crebris oberrantibus rivis, qui ex radicibus montium manant. Thracas tamen leviter armatos praecedere iusserat scrutarique calles, ne occultus hostis in subeuntes erumperet. Sagittariorum quoque manus occupaverat iugum: intentos arcus habebant moniti, non iter ipsos inire, sed proelium. Hoc modo agmen pervenit ad urbem Tarson, cui tum maxime Persae subiciebant ignem, ne opulentum oppidum hostis invaderet.

 

Alejandro entró en el paso de esa cordillera a la que se denomina «las Puertas». Después de examinar la situación de la región, se dice que nunca se asombró más de su buena suerte; admitió que habría poder sido sobrepasado incluso por las rocas, si hubiera habido quien las hiciera rodar sobre sus hombres mientras subían. El camino apenas permitía que cuatro hombres armados caminaran juntos; una cresta de la montaña sobresalía de un pasaje que no sólo era estrecho, sino que a menudo se volvía más accidentado por los frecuentes arroyos que lo cruzaban, fluyendo desde el pie de las montañas. Sin embargo, había ordenado a los tracios de infantería ligera que se adelantaran y examinaran los caminos de la montaña, para evitar que un enemigo oculto pudiera irrumpir sobre ellos mientras subían el paso. Un grupo de arqueros también había tomado su lugar en la cima; mantenían sus arcos inclinados, ya que habían sido advertidos de que no entraban en una marcha, sino en una batalla. De esta manera el ejército llegó a la ciudad de Tarso, que en ese mismo momento estaba siendo incendiada por los persas, para que el enemigo no tomara posesión de la rica ciudad.

 

[3.12.18-22]

Equidem hac continentia animi si ad ultimum vitae perseverare potuisset, feliciorem fuisse crederem, quam visus est esse, cum Liberi Patris imitaretur triumphum usque ab Hellesponto ad Oceanum omnes gentes victoria emensus. Sic vicisset profecto superbiam atque iram, mala invicta, sic abstinuisset inter epulas caedibus amicorum egregiosque bello viros et tot gentium secum domitores indicta causa veritus esset occidere. Sed nondum fortuna se animo eius superfuderat: ita, qui orientem tam moderate et prudenter tulit, ad ultimum magnitudinem eius non cepit. Tunc quidem ita se gessit, ut omnes ante eum reges et continentia et dementia vincerentur: virgines reginas excellentis formae tam sancte habuit, quam si eodem quo ipse parente genitae forent, coniugem eandemque sororem, quam nulla aetatis suae pulchritudine corporis vicit, adeo ipse non violavit, ut summam adhibuerit curam, ne quis captivo corpori inluderet. Omnem cultum reddi feminis iussit nec quicquam ex pristinae fortunae magnificentia captivis praeter fiduciam defuit.

 

En efecto, si hubiera podido seguir practicando esa moderación hasta el final de su vida, creo que habría sido más feliz de lo que parecía cuando imitaba la procesión triunfal del Padre Líber, pasando victorioso por sobre todas las naciones desde el Helesponto hasta el Océano. Así habría dominado sin dudas el orgullo y la ira, defectos a los que no derrotó, así se habría abstenido de asesinar a sus amigos en medio de banquetes, y habría temido dar muerte sin juicio a hombres distinguidos en la guerra y  conquistadores, junto con él, de muchas naciones. Pero la Fortuna aún no había inundado su espíritu, por lo que él, que la llevó de forma tan prudente y moderada cuando ella iba creciendo, finalmente no pudo soportar su tamaño. Pero en ese momento, por lo menos, se comportó de tal manera que superó a todos los reyes anteriores en su continencia y clemencia. A las jóvenes reinas, de belleza sobrecogedora, las trató con tanta deferencia como si hubieran nacido de la misma madre que él; a la esposa de Darío, que también era hermana de este, a la que ninguna mujer de su época superaba en belleza, estuvo tan lejos de violarla, que tuvo el mayor cuidado de que nadie se burlara de su persona mientras estaba prisionera. Dio órdenes de que se devolvieran todos sus ornamentos a las mujeres, y a las cautivas no les faltó nada del esplendor de su antigua fortuna, salvo el orgullo.

[3.12.24-26]

Itaque Sisigambis: «Rex», inquit, «mereris, ut ea precemur tibi, quae Dareo nostro quondam precatae sumus, nec nostro odio dignus es, qui tantum regem non felicitate solum, sed etiam aequitate superaveris. Tu quidem matrem me et reginam vocas, sed ego me tuam famulam esse confiteor. Et praeteritae fortunae fastigium capio et praesentis iugum pati possum: tua interest, quantum in nos licuerit, si id potius clementia quam saevitia vis esse testatum». 

 

Y así habló Sisigambis: «Oh rey, mereces que ofrezcamos por ti las mismas oraciones que antaño ofrecimos por nuestro Darío, y no mereces nuestro odio, ya que has superado a tan gran rey, no sólo en buena fortuna, sino también en justicia. Ciertamente me llamas madre y reina, pero confieso que soy tu esclava. Tanto me elevo a la grandeza de mi rango pasado, como puedo soportar mi actual yugo. Es importante para ti, en lo que estuviera permitido para con nosotros, que tu poder sea atestiguado con la clemencia más que con la crueldad.»

 

Traducción: Guillermo Aprile

Texto latino tomado de la edición de Hedicke (1908). Traducción hecha a partir del texto latino de Hedicke (1908) consultando las traducciones al inglés de Rolfe (1946) y al italiano de Giacone (1977).

Referencias bibliográficas

Hedicke, E. Quintus Curtius Rufus. Historiarum Alexandri Magni Macedonis libri qui supersunt. in aedibus B.G. Teubneri. Lipsiae. 1908. [Online]

Giacone, A. Storie di Alessandro Magno di Quinto Curzio Rufo. Unione Tipografico-Editrice Torinese. Torino. 1977.

Rolfe, J. C. Quintus Curtius with an English translation. William Heineman-Cambridge University Press. London-Cambridge, Massachusetts. 1946

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