Introducción
Carmen Codoñer
Extraído de Codoñer y González Iglesias (2014: 7-42)
Priapea es un término genérico, cuyo singular es aplicable también al metro en que solían escribirse este tipo de poemas. Priapeo es cualquier carmen dedicado a Príapo y, en consecuencia, para referirse a dos más o priapeos es inevitable hablar de Carmina Priapea o corpus Priapeorum (CP). En sentido general, conforman el CP un conjunto de epigramas, unos 80 u 81 según se considere el poema 80 como único o doble, que han sido atribuidos a lo largo del tiempo a diferentes autores.
Tras una serie de discusiones sobre el origen total o parcialmente epigráfico de la colección, hoy en día se le atribuye unánimemente un origen literario que tiene sus raíces en tradiciones populares. Lo que en un principio habrían sido graffiti dedicados a Príapo, fue el embrión de un desarrollo literario.
La mención de Príapo en un poema no tiene por qué indicar su pertenencia al género priapeo, del mismo modo que el miembro masculino no siempre es representativo de obscenidad. Si bien tuvo una faceta, exclusivamente griega, como protector de los marineros el resto de las advocaciones deriva y guarda relación directa con la capacidad generadora de vida simbolizada en el pene; de su vigor depende la vida, de manera que la muerte de su vigor enlaza con la muerte de los seres vivos.
Otra es la personalidad de Príapo más conocida, la de guardián de huertos o viñedos, vinculada también a la fecundidad, en este caso la de la tierra. Príapo es citado como custos de un terreno agrícola en varios autores. Casi siempre se trata de huertos frutícolas o huertas. Su colocación en los huertos tiene como finalidad proteger los frutos de las aves y posibles ladrones. Los poetas, cuando se refieren a Príapo lo hacen casi siempre en esta condición de custos. Los estudios del Corpus Priapeorum, especialmente los más recientes, se han centrado sobre todo en el Príapo custos, el Príapo amenazante que vigila día y noche los frutos del terreno que le ha sido encomendado. Sobre ese Príapo dominante se ha tejido un cuerpo coherente y se ha querido ver, de una u otra forma, una especie de degradación del dios, capaz en principio de aterrorizar al ladrón que se atreva a penetrar en su huerto, pero que acaba envejecido e inútil para esa tarea. La base de esa restricción al Príapo de huertos y jardines se encuentra en los dos primeros poemas, vistos desde muy pronto como presentación del CP y considerados como obra del autor de los poemas a los que dan entrada o como adición de un recopilador.
Los Priapea, una colección de 80 (81) epigramas, son en su mayoría (41) poemas que tienen por objeto disuadir al ladrón de robar cualquiera de los productos de un huerto o huerta. Las amenazas consisten generalmente en hacerle objeto de una agresión sexual bajo cualquiera de los aspectos conocidos: pedicare / percidere e irrumare, fellare, futuere. Como los ladrones suelen ser hombres, el último vocablo es menos frecuente, aunque también forma parte de las amenazas. Pero los motivos desarrollados en el CP no se reducen a tratar esta faceta del dios.
Al presentar los poemas como graffiti el poeta pretende imprimir un carácter popular a su producción siendo así que el objeto temático que propone, el Príapo custodio, lo más probable es que no corresponda en la realidad al venerado por el humilde campesino cuyo huerto protege, sino al Príapo que adorna los jardines del poeta o de las amistades selectas del poeta. Figura del autor que se compagina perfectamente con la del ciudadano de elite que busca la sencillez ambientando su producción en un paisaje campestre, cercano al bucolismo, posible refugio frente a un mundo cada vez más sofisticado y urbanita. Los Priapea serían el género complementario de las Bucólicas, representarían la faceta del hombre de campo, poco atento a la delicadeza, que utiliza un lenguaje directo y llama a las cosas por su nombre, en contraste con la poesía elegíaca que envuelve la crudeza de la realidad en un lenguaje que la falsea.
Hic habitat felicitas: Una interpretación actual de los Priapeos
Juan Antonio González Iglesias
Extraído de Codoñer y González Iglesias (2014: 319-322)
Poesía menor para un dios menor
En el mundo pagano grecolatino, carente de un libro revelado y de una casta sacerdotal, los dioses son visibles culturalmente. Su epifanía se produce de dos maneras: en las artes plásticas y en los poemas. Son los dos modos de representación que permiten hacer visible a la divinidad en sus múltiples concreciones. Las artes plásticas forman un universo muy rico, que engloba la arquitectura, la escultura, la pintura, los frescos y mosaicos, la joyería, las artes decorativas menores… Los grandes dioses, los dioses olímpicos, los del panteón oficial, están representados por doquier. En los lugares nobles de la ciudad hay templos de espléndida arquitectura, que albergan estatuas magníficas, de mármol o de bronce. También en el mundo rural tienen sus templetes. Y en el ámbito doméstico coexisten con las divinidades del hogar. Otras veces los dioses están representados en pinturas, frescos, tablillas, mosaicos…
Príapo es un dios distinto. Anómalo. Su anomalía sustancial es física: un falo descomunal fruto de un defecto congénito. Por alguna razón, tal vez por esa, no forma parte del panteón oficial. No tiene una mitología definida. Cierta tradición lo hace originario de Asia Menor, hijo de Afrodita y de Baco, pero hay otras versiones. No goza de una arquitectura noble que lo proteja, ni en la ciudad, ni en el campo. Su lugar de culto, que suele calificarse de templete, es sólo un santuario al aire libre. En los Priapeos él mismo se queja de no tener un techo que lo resguarde. Las artes plásticas, según lo que se nos ha conservado, lo representan en estatuas o estatuillas de mármol o bronce. En amuletos. En frescos, en mosaicos, en lámparas. Su culto, acreditado por todas las provincias del Imperio Romano, afectaba a todas las capas sociales y se extendía por la ciudad y por el campo.
Y nos queda la segunda manera de hacerse visible un dios: la poesía. Príapo aparece como un dios literario. Su epifanía fundamental se produce en la literatura. Aparece en numerosas ocasiones en la literatura griega, en autores grandes y sobre todo en poemas de la Antología Palatina. Lo encontramos también nombrado reiteradamente en la literatura latina. Sin embargo, podemos afirmar que su epifanía cultural definitiva es poética y se produce en el conjunto de poemas que conocemos como Priapeos, un corpus de ochenta textos protagonizado de diversos modos por este dios. Un dios menor, al que se le dedican un conjunto extraordinario de poemas menores.
Se trata de una epifanía literaria plena. Una de sus peculiaridades más curiosas es que la poesía nos ha salvado las representaciones escultóricas del dios en forma de estatua de madera. Esto se menciona en muchos poemas, pero de manera insistente y armoniosa en este corpus de los Priapeos latinos. No se han hallado testimonios arqueológicos del Príapo de madera. Esta representación es muy importante, porque sería la que corresponde en escultura a un dios menor con los rasgos de Príapo. La escultura que representa a este dios se encuentra en el polo contrario a lo sublime. Es deliberadamente humilde cuando no grotesca o basta. El Priapeo 10 lo enuncia en primera persona. El dios declara que su figura no ha sido tallada por ninguno de los grandes escultores griegos de época clásica. “No me esculpió Praxíteles. Ni Escopas. / Ni por mano de Fidias fui pulido.” Todo se desenvuelve en el género humilde dentro de un ciclo completo: el dios, su figura basta, el hecho mismo de que no esté terminado de pulir, el material que es madera en bruto, el artista, el artifex, que no alcanza siquiera el rango de artesano. Príapo es más materia que forma, en términos aristotélicos. En principio el correlato literario de esa representación escultórica tan primaria debería ser un poema poco elaborado, de escasa calidad, ajeno a la tradición alta. Sin embargo, nos encontramos con un corpus de textos insertos plenamente en el linaje noble de la literatura grecolatina. Esta es la paradoja esencial que anima todo el conjunto de los Priapeos. En ella reside la gracia de este singular grupo de poemas.
A estos efectos quizá el poema más esclarecedor sea el 53: en él el poeta se dirige al dios estableciendo un paralelismo entre Baco y Ceres por un lado, y Príapo por el otro. Los primeros son dioses grandes que protegen y encarnan elementos vitales para la cultura mediterránea como el vino y el trigo, respectivamente. Príapo es invocado explícitamente como dios menor:
También tú, dios menor,
que sigues el ejemplo de los grandes,
aunque unos pocos frutos te ofrecemos,
valóralos en mucho.
Se trata de un poema de gran belleza formal y de una gran elegancia literaria, si no espiritual. Príapo puede ser el dios sexual o el dios de los huertos. En cualquier caso las ofrendas que se le hacen son pequeñas. Pueden ser frutos sencillos o exvotos de poco valor, pero lo definitivo es que el propio poema que se le dedica pretende integrarse al genus humile: este sencillo epigrama de sólo seis versos es a la vez un exvoto humilde y un fruto simple del arte poética. ¿Cuál es, entonces, el significado de la paradoja general que hemos visto? En realidad estos poemas no tienen nada de imperfecto, no son bastos, no están en bruto. Son de excelente factura. Constituyen el mejor retrato de Príapo a la vez que la ofrenda más cuidada a este dios. Ello nos permite desvelar una verdad fundamental: Príapo, el falo, el sexo en general, son fundamentales para la vida humana. Merecen una poesía de tanta calidad como los otros grandes temas romanos. La poesía refinada de los Priapeos lleva al mundo de la alta cultura la naturalidad sexual que parecía reservada para los habitantes del campo. Dice en el código de la literatura una verdad que vale para todos. Dentro de ese código literario habrá continuas oscilaciones entre el nivel humilde y el sublime, como hemos visto. Pero eso ya es cuestión del juego, un concepto imprescindible para comprender estos poemas. En la epifanía meramente cultural de un dios es grande la responsabilidad de los poetas y la importancia de los poemas. En el modelo literario pagano, como afirma Roberto Calasso en La literatura y los dioses, corresponde al poeta modular la presencia social de la divinidad.
En el contexto de la felicidad
La alusión a Príapo más difundida se encuentra fuera de los Priapeos. Es apenas una línea, pero se ha beneficiado de la fortuna general del poema y del poeta. Me refiero a este pasaje del Epodo segundo de Horacio, el famoso Beatus ille, en el que la felicidad campestre se cifra en ofrecer a Príapo y a Silvano los sencillos dones de la cosecha. Horacio decía:
Vt gaudet insitiua decerpens pira
Certantem et uuam purpurae,
Qua muneretur te, Priape, et te, pater
Siluane, tutor finium.
Fray Luis traduce:
con cuánto gozo coge la alta pera,
las uvas como grana.
Y a ti, sacro Silvano, las presenta,
que guardas el ejido.
Príapo ha quedado suprimido. De la doble mención de Horacio “a ti, Príapo, y a ti, padre Silvano”, sólo se ha salvado Silvano. Príapo ha desaparecido. Con elegancia, sí, porque apenas se nota la supresión en medio de la métrica perfecta, el ritmo armonioso y la rima eufónica. La omisión es muy curiosa. No podemos hablar a la ligera de censura. Fray Luis no tuvo reparo al traducir la Bucólica segunda de Virgilio (“ya encontrará un Alexi más sabroso”) ni la Olímpica primera de Píndaro, (recordemos que los Juegos Olímpicos fueron abolidos por Teodosio, por considerarlos una forma de la religión pagana). Ese mismo Fray Luis, netamente renacentista, prefirió eliminar a Príapo del canto horaciano a la felicidad rural. La razón puede estar en el pudor personal, pero es probable que las tribulaciones de nuestro traductor y poeta fueran ya excesivas en su choque con la Iglesia oficial. Se remonta a Agustín de Hipona la incomprensión que el cristianismo teórico ha mostrado casi siempre ante la figura de Príapo. Una lectura fácil lleva a pensar que el motivo es el sexo, cuando en realidad es la divinización de éste lo que repugna a la teología católica. En un tratado publicado en Salamanca en 1620, el franciscano Baltasar de Vitoria, consideraba “desvergüenza” que los gentiles hubiesen otorgado a Príapo la calificación de dios, como nos recuerda Alberto Blecua. Pocas cosas parecen contradecir más al cristianismo riguroso que la inscripción Hic habitat felicitas que acompañaba algunas figuras fálicas convertidas en amuleto. No otra cosa que amuleto significaba en origen una palabra como fascinus, que en los Priapeos aparece como uno de los nombres del miembro viril, y del que derivan nuestros términos “fascinar” y “fascinación”. De todos modos, la subversión religiosa que ejercen los Priapeos no actúa contra el cristianismo. Actúa contra el propio orden oficial de la religiosidad pagana, que se ve reformado para hacer un sitio a Príapo. O bien los Priapeos fueron escritos antes de un dominio cristiano de la literatura, o ignoran ese cristianismo en expansión. En cuanto a la religiosidad pagana, su reordenación es un acontecimiento literario. Si Virgilio pudo decir que todo estaba lleno de Júpiter, Iouis omnia plena, los Priapeos construyen poéticamente un mundo lleno de falo, de Príapo, de erotismo. Deben ser concebidos como un espacio habitado de imágenes, en el que los poemas son visuales, escultóricos, icónicos del sexo y de la divinidad, que en ellos son indistinguibles. Un dato basta para comprender su difusión en la Antigüedad romana: uno de los Priapeos, el 14, no sólo nos ha llegado por vía literaria en el corpus de los manuscritos. También se ha salvado por vía arqueológica, grabado en una mesa de mármol, probablemente tallada para el banquete y la fiesta. Es el poema que invita a un modo de vida relajado. Su primer verso reza: “ven aquí, ven aquí, seas quien seas”.
El Anexo (carmina 81-85)
Comentario aparte merecen los Priapeos que Bücheler incluyó en un apéndice y que en nuestra edición van en el Anexo I, numerados desde el 81 hasta el 85. No forman parte del corpus, lo han acompañado de distintos modos, y su procedencia es heterogénea, con atribuciones diversas a grandes poetas como Catulo, Ovidio, Tibulo, Virgilio o Propercio, todas ellas muy discutidas. El 81 y el 82 se han atribuido a Tibulo. El 83, el 84 y el 85 a Virgilio. En cualquier caso, sus orígenes parecen anteriores a los Priapeos del corpus, presentan una elaboración literaria diferente, en general más refinada, mayor extensión y características discursivas propias.
El Himno a Príapo
Por último, en el Anexo II ofrecemos el Himno a Príapo que se ha conservado fuera del Apéndice. Nos ha llegado sólo por vía arqueológica, puesto que se ha salvado en una inscripción. Constituye un himno de gran altura poética, probablemente también religiosa. Presenta a Príapo como un dios cosmológico al que el poeta invoca con varios apelativos formulares. Lo llama “santo”, lo llama “señor”, lo llama “amigo”. Aparece como un padre de la naturaleza, correlato masculino de Venus. El dios generador y fecundador se contrapone a la diosa del amor. Principio masculino frente a principio femenino del mundo. Aparece incluso como superior a ella, en una operación artística que incluye la imitatio del poema de Lucrecio, al mismo tiempo que una aemulatio o rivalidad.
Los Carmina Priapea
Selección del Corpus Priapeorum (1-80)
Referencias bibliográficas
Codoñer, C., González Iglesias, J.A. (Eds.) Priapea. Anejos de Exemplaria Classica III. Universidad de Huelva. Huelva. 2014. [Edición en línea]