Q. Curtii Rufi Historiarum Liber V


[5.3.17-23]

Omni hac regione vastata tertio die Persidem, quinto angustias, quas illi Susidas pylas vocant, intrat [sc. Alexander]. Ariobarzanes has cum XXV milibus peditum occupaverat, rupes undique praeruptas et abscisas, in quarum cacuminibus extra teli iactum barbari stabant de industria quieti et paventibus similes, donec in artissimas fauces penetraret agmen. Quod ubi contemptu sui pergere vident, tum vero ingentis magnitudinis saxa per montium prona devolvunt, quae incussa saepius subiacentibus petris maiore vi incidebant nec singulos modo, sed agmina proterebant. Fundis quoque excussi lapides et sagittae undique ingerebantur. Nec id miserrimum fortibus viris erat, sed quod inulti, quod ferarum ritu veluti in fovea deprehensi caederentur. Ira igitur in rabiem versa eminentia saxa conplexi, ut ad hostem pervenirent, alius alium levantes conabantur ascendere: ea ipsa multorum simul manibus convolsa in eos, qui conmoverant, recidebant. Nec stare ergo poterant nec niti, ne testudine quidem protegi, cum tantae molis onera propellerent barbari. Regem non dolor modo, sed etiam pudor temere in illas angustias coniecti exercitus angebat. Invictus ante eam diem fuerat nihil frustra ausus, inpune Ciliciae fauces intraverat, mare quoque novum in Pamphyliam iter aperuerat: tunc haesitabat deprehensa felicitas, nec aliud remedium erat quam reverti, qua venerat. Itaque signo receptui dato densatis ordinibus scutisque super capita consertis retro evadere ex angustiis iubet. XXX fuere stadia, quae remensi sunt.

 

Habiendo devastado toda esta región, entró [sc. Alejandro] al tercer día entró en Persia, y al quinto en el desfiladero que los persas llaman las Puertas de Susa. Ariobarzanes lo había ocupado con 25.000 soldados de infantería,  con rocas ásperas y escarpadas por todas partes, en cuyas cimas los bárbaros se mantenían fuera del alcance de los misiles, callados a propósito y fingiendo temor, hasta que el ejército penetrara en la parte más estrecha del desfiladero. Pero cuando veían que, en desprecio de ellos, seguía avanzando, entonces precisamente hacían rodar piedras de enorme tamaño por las laderas de las montañas, y éstas, golpeando con frecuencia contra las rocas de abajo, caían con más fuerza y aplastaban no sólo a soldados aislados sino a tropas enteras. También les lanzaron piedras con hondas, así como flechas desde todos los lados. Y no era esto lo más digno de lástima para los hombres valientes, sino que eran asesinados sin ser vengados, como animales arrojados a un pozo en sacrificio. Por eso su ira se convirtió en furia, y agarrándose de las rocas, trataron de trepar para alcanzar al enemigo, levantándose unos a otros; pero esas mismas rocas, haladas por las manos de muchos al mismo tiempo, volvían a caer sobre quienes las habían soltado. Por lo tanto, no podían mantenerse en pie ni hacer esfuerzo, ni protegerse siquiera con una formación de tortuga, al arrojar los bárbaros pesos de tan grande tamaño. No solo el dolor sino también la vergüenza atormentaba al rey por haber arrojado temerariamente a su ejército a aquel desfiladero. Había sido invencible antes de aquel día, nada había arriesgado en vano; había atravesado indemne el paso de Cilicia, había abierto también una nueva ruta por el mar hacia Panfilia; pero ahora su buena fortuna, atrapada, era incierta, y no había otro remedio que regresar por donde había venido. Por ello, tras dar la señal de retirada, ordenó a los soldados que salieran de los desfiladeros en formación apretada y uniendo sus escudos por sobre sus cabezas. Así retrocedieron treinta estadios.


[5.5.9-13]

Graeci excesserant vallo deliberaturi, quid potissimum a rege peterent: cumque aliis sedem in Asia rogare, alus reverti domos placeret, Euctemon Cymaeus ita locutus ad eos fertur: «Ii, qui modo etiam ad opem petendam ex tenebris et carcere procedere erubuimus, ut nunc est, supplicia nostra —quorum nos pudeat magis an paeniteat, incertum est— ostentare Graeciae velut laetum spectaculum cupimus. Atqui optime miserias ferunt, qui abscondunt, nec ulla tam familiaris est infelicibus patria quam solitudo et status prioris oblivio. Nam qui multum in suorum misericordia ponunt, ignorant, quam celeriter lacrimae inarescant. Nemo fideliter diligit, quem fastidit: nam et calamitas querula est et superba felicitas. Ita suam quisque fortunam in consilio habet, cum de aliena deliberat. Nisi mutuo miseri essemus, olim alius alii potuissemus esse fastidio: quid mirum et fortunatos semper parem quaerere? […]»

 

Los griegos habían salido de la empalizada para debatir qué sería preferible que pidieran al rey; y como algunos querían pedir un lugar para vivir en Asia y otros querían regresar a sus hogares, se dice que Euctemón de Cime les habló de esta manera: «Nosotros, que hasta hace poco nos avergonzábamos de salir de las tinieblas y de nuestra prisión incluso para pedir ayuda, deseamos, parece ahora, mostrar a Grecia nuestros tormentos —de los cuales no sé si nos causan más vergüenza o aflicción— como si fueran un alegre espectáculo. Sin embargo, soportan mejor las miserias quienes las ocultan y ninguna patria es tan íntima para los infelices como la soledad y el olvido de su condición de antaño. Pues quienes ponen mucha confianza en la compasión de sus familiares ignoran cuán rápidamente se secan las lágrimas. Nadie ama fielmente a quien le repugna, pues así como la calamidad se desahoga con los lamentos, así también es soberbia la buena fortuna. Tal es así que cada uno considera la fortuna propia cuando delibera acerca de la ajena. Si no fuéramos miserables mutuamente, hace tiempo que hubiésemos podido ser causa de disgusto los unos para los otros. ¿Qué tiene de extraordinario que también los afortunados busquen a sus iguales? […]»

 

Traducción: Guillermo Aprile

 

Texto latino tomado de la edición de Hedicke (1908). Traducción hecha a partir del texto latino de Hedicke (1908) consultando las traducciones al inglés de Rolfe (1946) y al italiano de Giacone (1977).

Referencias bibliográficas

Hedicke, E. Quintus Curtius Rufus. Historiarum Alexandri Magni Macedonis libri qui supersunt. in aedibus B.G. Teubneri. Lipsiae. 1908. [Online]

Giacone, A. Storie di Alessandro Magno di Quinto Curzio Rufo. Unione Tipografico-Editrice Torinese. Torino. 1977.

Rolfe, J. C. Quintus Curtius with an English translation. William Heineman-Cambridge University Press. London-Cambridge, Massachusetts. 1946

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