Publio Elio Adriano

El emperador Adriano, poeta

 

Animula, vagula, blandula

 

Animula, vagula, blandula,

hospes comesque corporis,

¿quae nunc abibis in loca

pallidula, rigida, nudula,

nec, ut soles, dabis iocos?

 

 

Alma mía, viajera

 

Alma mía, viajera

siempre joven, sin rumbo,

con toda tu ternura,

alojada en la casa

del cuerpo, compañera

del cuerpo, ¿adónde irás

ahora que te has quedado

sin color y sin pulso,

ahora que estás desnuda,

y que ya no podrás

gozar como gozabas?

 

Traducción: Juan Antonio González Iglesias

Un pequeño fragmento de inmortalidad

El poema de Adriano queda a medio camino entre el epitafio y el testamento. Aunque tiene el tamaño de un vaso de vidrio, cabe en él y se transparenta en él todo el mundo pagano. Su elegante melancolía es la del hombre que ve próximo su final, pero también es la de un mundo que empieza a presentir que el futuro es de otros.

Pagano es el diálogo del poeta con su alma. Los paganos, como los cristianos, tenían alma, a diferencia de nuestros contemporáneos, a los que la cultura de masas ha dejado literalmente desalmados. El poeta, que es un príncipe, se dirige a su alma con una serie de diminutivos que han llamado mucho la atención, porque están acumulados y porque riman, con un resultado excepcional en la poesía latina, cacofónico para unos, eufónico para otros. En cualquier caso, memorable. Estoy con los que consideran que esos cinco diminutivos en –ula no deben traducirse por diminutivos, porque no lo son. Mejor dan cuenta de ellos algunas expresiones de afecto, de cercanía o de intensidad. En estos casos en los que hay que dar una vuelta por el significado, no es mal criterio el guiarse por el sonido. Así blandula puede recogerse en un término que suene parecido, como “ternura”. Suprimidas las rimas en la traducción, podemos hacer, sin embargo, que la traducción rime con el original: “con toda tu ternura”.

En esta joya de la concisión la palabra más breve se vuelve central. La conjunción copulativa –que: Hospes comesque. Es la conjunción que marca la unidad indisoluble. Es la “y” que une al Senado y al Pueblo en la constitución política de Roma: Senatus Populusque. Es la misma “y” poética con la que Ovidio unió las dos mitades monstruosas del Minotauro: semibovemque virum. Así el alma es literalmente “invitada y compañera del cuerpo”. Esa “y” apunta indirecta y poéticamente a la unión ideal entre el cuerpo y el alma, que sin embargo la realidad se encarga de destruir. Contra ese deterioro que trae la muerte el poeta entona esta elegía mínima, en la que el lamento está velado por el recuerdo de los momentos felices. Esa “y” tan fuerte ha quedado pulverizada en la traduccción. Los términos yuxtapuestos “alojada… compañera” pueden también reproducir esa conexión perfecta, como piedras que se ensamblan por la forma, sin argamasa.

Parece mentira que un texto tan breve guarde tantos  recursos poéticos: rimas, trimembraciones, paralelismos, metáforas, interrogación retórica… En una antítesis tremenda un verso trimembre (pallidula, rigida, nudula,) aniquila el anterior (Animula, vagula, blandula), igual que la muerte aniquila la vida. Ahora entendemos que la rima es significativa. Conecta mediante el sonido dos versos que remiten a las dos realidades mayores del hombre.

La sorpresa más curiosa es una paradoja tan sutil como fuerte: si el alma queda desnuda cuando muere el cuerpo, entonces es que tiene una especie de forma corporal. Es una especie de cuerpo dentro del cuerpo. Resulta legítimo deducir algunas consecuencias implícitas. El cuerpo, a su vez, será un alma que recubre el alma. El cuerpo comparte con el alma su mortalidad, se nos dice. Como justa compensación, el alma compartirá con el cuerpo su inmortalidad, aunque no se nos diga. Todo lo comparten mediante este breve fragmento de lenguaje. Como lenguaje, es físico, tiene algo de cuerpo. Como lenguaje, es espiritual. Inmortal.

Puede que el poema esté incompleto y puede que la pregunta final guarde en realidad una afirmación. Sus dudas, incluso las textuales, son ya irrelevantes. Por una vez la inseguridad textual es metafórica. La incertidumbre respecto al futuro reino de las sombras es la misma. Da igual que pongamos puntos suspensivos tras su última palabra. Da igual que traduzcamos “que ahora irás a lugares sin color, sin vida, desnudos, y ya no gozarás como gozabas…” La fiesta epicúrea se da por terminada.

En esta obra literaria del siglo II después de Cristo es posible la influencia de Ennio y segura la de Catulo. Adriano se mueve en el ámbito de los poetae novelli, que a su vez jugaban con la referencia de los poetae novi, el grupo de Catulo, aquella especie de renacentistas de la Antigüedad, a los que exageradmente se ha comparado con nuestros novísimos. Esta segunda ola de renovadores de la poesía latina seguían inspirados por el alejandrinismo. No tenemos equivalente para los modelos de Adriano, salvo quizá, recurriendo a una analogía anacrónica, llamarlos neorrenacentistas. Lo que está claro es que lo arcaico y lo clásico quedan ya atrás, en este momento decididamente de plata.

Este poema tan sencillo ha cambiado de idioma en centenares de ocasiones.  En el ámbito del inglés lo han traducido o recreado John Donne, Keats, Lord Byron o el australiano David Malouf. En portugués, Jorge de Sena y Haroldo de Campos, quien lo tuvo en mente en el último mes de su vida, como una especie de presentimiento. Marguerite Yourcenar lo trasladó al francés y más tarde le dio la vuelta en un poema espléndido, titulado Hospes comesque. Al ver lo mismo desde la perspectiva contraria, su destinatario es el cuerpo. No duda Yourcenar en asomarse a la liturgia católica del Cuerpo (“Trigo y vino ritual en la mesa mezclados”), para retornar a la serena aceptación pagana: “Cuerpo, compañero, juntos nos moriremos”.  Del francés al español lo tradujo Silvia Baron-Supervielle, en otra etapa, también espléndida, de este viaje que es la inmortalidad literaria.

Alguna vez pensé en traducir el poema de Adriano e imprimirlo como felicitación de Navidad para mis amigos. Pero su hermoso pesimismo contiene una carga de profundidad incompatible con la esperanza del nacimiento. Ambos habrían quedado traicionados. Tal vez por su hermoso pesimismo es uno de los poemas antiguos que más ha gustado a la Modernidad.

En su contrapunto positivo, también contiene una preciosa definición del amor, al describir la relación entre el alma y el cuerpo. Marguerite Yourcenar mandó grabar en la tumba de  Grace Frick la fórmula Hospes comesque. Es el retrato, en letras capitales romanas, de la que fue su compañera durante décadas, eso que hasta hace nada los anglosajones llamaban bellamente life partner.  El alma y el cuerpo, modelo para dos que se aman.

En fin, parece cierto que paganos, cristianos y modernos coinciden en que una salvación segura del ser humano es el lenguaje. Leyendo y reescribiendo este pequeño texto han encontrado consuelo muchas personas. La inmortalidad de las letras es compartible. Su esperanza es poética. Adriano esperaba llegar hasta nosotros con este poema. Por eso es un clásico.

Juan Antonio González Iglesias

Extraído de González Iglesias (2015)

 Referencias bibliográficas

González Iglesias, J. A. «Un poema del emperador Adriano». Anáfora [Creación y Crítica] 5. Diciembre de 2015. 20-23.

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